Una voz clama en el dsierto

Don Víctor: Fíjese, don Hugo, en el «Profeta» de Gargallo. ¿No cree usted que esa boca abocinada que truena en el desierto es la misma que llama al combate a los galos en «La Marsellesa» de Rude?
Don Hugo: Tiene usted razón, don Víctor. Dos figuras que son todo voz. Ambas, qué duda cabe, nos remiten a Esténtor, cuya garganta de bronce convocando a los guerreros valía por cincuenta.
Don Víctor: En ellos la voz es un arma. Para mí, que en la conquista de América, a la vez que los caballos, los negros y las armas de fuego, las voces broncas de los extremeños y los irrinchis de los vascos amedrentaron a aquellos indios de voces atipladas.
Don Hugo: Armas de seducción masiva son las voces graves en las mujeres…
Don Víctor: Sí, las de geisha que tanto gustan a Kawabata…
Don Hugo: … y las de nuestras Marlenes Dietrichs con su punto de cazallera…
Don Víctor: Pero ¡ay! cuando la voz se quiebra… queda la persona indefensa, a merced de todos.
Don Hugo: No en vano la voz es la emoción y precisamente esa emoción privó a Dantón de aquel chorro que galvanizaba los auditorios.
Don Víctor: El desafecto del pueblo le produjo la afonía y de ahí a que la guillotina seccionara definitivamente su instrumento más preciado… no hubo más que un paso.
Don Hugo: En definitiva que la voz es la persona.

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