
Don Hugo: Al final del partido, no sé si usted lo vio, Robben se acercó a saludar a su mujer y a su hijito. Incomprensiblemente, el pequeño rompió a llorar como si conociera en la expresión de su padre el dolor de la derrota ante Argentina.
Don Víctor: ¡Claro que lo vi, don Hugo! Fue lo que más me gustó del partido. Era mejor que leer a Homero: tal cual Héctor despidiéndose de la hermosa Andrómaca y tendiendo los brazos al pequeño Astianacte que rompió a berrear.
Don Hugo: ¡Épico! El fútbol es lo único que nos provee hay en día de imágenes verdaderamente épicas.
Don Víctor: Cuántas veces la realidad no se ajustará a los moldes sublimes que un día acuñó el Arte…
Don Hugo: Me viene ahora a la memoria una foto, que apareció en la prensa, de unos refugiados albanokosovares que venían huyendo ladera arriba de un bombardeo. Uno de los campesinos cargaba con un anciano consumido tal como hemos visto representado a Eneas con su padre Anquises. Y detrás venía la mamá Creúsa con el rubito Ascanio en brazos… ¡Lo que me impresionó!
Don Víctor: ¡Qué cosa tan grande es el Arte! Cómo nos quita la mirada indiferente del animal y nos da otra que nos duele, que nos abre inmensas perspectivas intelectuales y afectivas, que nos alumbra raíces profundísimas en una tierra sin fondo, que nos remite a unos referentes tan cargados de sentido, que…
Don Hugo: ¡Cierto, muy cierto, don Víctor! Todo ello dota a nuestra existencia de una dimensión trágica difícilmente soportable.
Don Víctor: ¡Claro, con razón lloraba tanto el niño!