La Arcadia

Don Víctor: ¿Y de dónde le parece a usted que le vino a Boccaccio esa idea de que el País Vasco era el país de Jauja con, entre otras cosas, arroyos de garnacha la más fina del mundo, una montaña de queso parmesano rallado, cepas atadas con longanizas y paisanos sin malicia alguna?
Don Hugo: ¡Un milagro que a principios del siglo XIV un toscano tuviera noticia de esta región!
Don Víctor: En todo caso acertó plenamente al crear este tópico literario tan edénico pues tras sus pasos vinieron los Loti, los Regoyos, los Trueba, los Vázquez Díaz…
Don Hugo: Sí, claro, pero más de quinientos años después como suele ocurrir respecto a los madrugadores italianos.
Don Víctor: Pero entretanto, recuérdelo, estuvo Víctor Hugo recreando, por su sugerente musicalidad, el nombre de la villa de Hernani.
Don Hugo: ¡Ah, el bandido noble a quien luego Verdi quitó la «h»!
Don Víctor: ¿Sabía usted, don Hugo, que el bueno de Víctor Hugo, viendo a una aldeana correr tras el cerdo que se le escapaba, creyó que le gritaba: «¡Querido, querido!» pues decía: «Cherri, cherri»?
Don Hugo: Francés al fin… todo lo interpreta en clave amorosa.
Don Víctor: Hoy por hoy y alejándose de las zonas industriales, esto sigue siendo una Arcadia.
Don Hugo: ¿Y qué me dice de los caseros?
Don Víctor: ¿Los caseros?… Me acuerdo de mi tío Shanti quien, una vez oyéndonos hablar de sueños, dijo muy serio: «Pues yo nunca he soñado nada».
Don Hugo: Eso prueba que en el vasco no hay necesidad alguna de compensar oníricamente los sinsabores de la existencia… ¡La felicidad absoluta!
Don Víctor: Le diré que mi tío, como buen vasco, carecía incluso del sentido figurado de la existencia y del lenguaje.
Don Hugo: ¡Venga, don Víctor, no exagere usted!
Don Víctor: Oiga esto: cuando le ingresaron y el médico le preguntó si había padecido de «enfermedades de mujeres», él, muy ofendido, contestó: «¡Yo!… ¿la menstruasión y esas cosas?…¡Nunca!»

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