Las fantasías del doctor Lacasa

Don Víctor: ¡Mira que pillarme estos escalofríos precisamente ahora que Julita está en la costa!
Don Hugo: No se apure, don Víctor, que enseguida le diagnostican cualquier nadería y mañana mismo está usted cogiendo el tren para la playa.
Don Víctor: Con tal de que no me diagnostiquen falsamente una barbaridad, como hacía el doctor Lacasa, para luego curar milagrosamente…
Don Hugo: ¡Vaya con Lacasa! Así yo también lo curo todo: la peste bubónica, la lepra, el cáncer más mortífero…
Don Víctor: ¡No he conocido en mi vida a un tipo tan fantasioso! Las cosas que se cuentan de sus informes médicos son de sainete. Por ejemplo: «Tolera bien los embarazos de su mujer».
Don Hugo: Se ve que el doctor Lacasa había leído a Margaret Mead y sabía de aquellas tribus en que el marido es el que se encama, tiene antojos, siente las contracciones y sufre los dolores del parto.
Don Víctor: Y aquello de «Se echa la siesta y le sienta bien».
Don Hugo: Quizá no anduviera tan desencaminado Lacasa. Algunos autores sostienen que el sopor postprandial sume al melancólico en pensamientos negros.
Don Víctor: Y ahora, le voy a contar algunas de caídas: «Se cayó, pero no se rompió las medias».
Don Hugo: ¡Digno de Buñuel!
Don Víctor: O esto otro: «Se cae con frecuencia, pero ha aprendido a caerse y no se hace daño».
Don Hugo: Eso es lo que se llama «caer de pie». Así se ahorra el traumatólogo.
Don Víctor: Y esto es lo mejor, don Hugo: «Se cayó a un pozo y apareció en Córdoba».
Don Hugo: Estos casos de ausencia no son raros entre los epilépticos.
Don Víctor: Desde luego, este Lacasa, ¡qué tipo tan singular!… No quiso ir a una boda en Marbella y, cuando se lo reprochó el novio, contestó que él había tomado el avión, pero que no paró en Málaga.
Don Hugo: Le confieso, don Víctor, que sobre este último caso la psicología nunca se ha pronunciado.

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