
Don Víctor: Hay que reconocer que aquí, en Viena, en rincones como éste, donde mantienen el mismo alumbrado que en los años cuarenta, uno teme toparse con Orson Welles a la vuelta de la esquina.
Don Hugo: ¡Si casi me parece adivinar la puntera de su zapato asomando en ese umbral sombrío!
Don Víctor: Aplastante personalidad la del buen señor…
Don Hugo: La megalomanía de «Citizen Kane» no es sino el vaciado, carente de vida y arte, de la propia petulancia de míster Welles.
Don Víctor: Fíjese usted, don Hugo, que en «El tercer hombre» es precisamente su estomagante personalidad la que da relieve a sus demoradas y súbitas apariciones. ¡Y cuánta ansiedad genera!
Don Hugo: Lo malo de aquella ocurrencia radiofónica de «La Guerra de los Mundos» no es que lo consagrara como enfant terrible, sino que lo encumbró como genio a sus propios ojos.
Don Víctor: Y ya la bola no dejaría de crecer…
Don Hugo: … hasta que enlató a Falstaff en «Campanadas a medianoche».
Don Víctor: Otro que confunde los géneros y cree posible transponer directamente el teatro a la gran pantalla.
Don Hugo: Y al final uno no tiene ni cine ni teatro.
Don Víctor: ¡Chitón, don Hugo!, ¿no ha oído usted un ruido inquietante en aquella alcantarilla?
Don Hugo: Deje usted, será una rata…
Don Víctor: ¿Y si fueran las manos del odioso Harry Lime, forcejeando con la reja?
Don Hugo: ¡Aprisa, don Víctor, apúrese y pongámonos encima para que no salga nunca!