Calaveras

Don Hugo (cantando): «¡Esos ya van!»
Don Víctor (cantando): «¡Qué alegre es Madrid en carnaval!»
Don Hugo: Sí, que ahora el carnaval empieza cada jueves.
Don Víctor: Tenga usted cuidado al cruzar, don Hugo, que van haciendo el loco.
Don Hugo: Sabe lo que le digo, don Víctor, que, bien mirado, qué suerte que no tengamos la obligación de ir a divertirnos con ellos.
Don Víctor: Es verdad que en ciertos tramos de edad estas francachelas constituyen una auténtica tiranía, no sólo para quienes las padecen desde fuera, sino para los que las protagonizan…
Don Hugo: Predomina en ellas un fondo funerario, de grandísimo vacío, que hay que sepultar bajo carretadas de carcajadas forzadas, conversaciones alocadas, música atroz y que atruena los oídos… en definitiva ¡que hay que aturdirse!
Don Víctor: … cuando no acaban todas esas calaveradas en orgía de estupefacientes, que al cabo dejan a algunos para el arrastre.
Don Hugo: Vayamos a cuentas, don Víctor. ¿Usted cree sinceramente que encuentran verdadero placer en todo este pandemonio?
Don Víctor: Mucho me temo que no porque, si así fuera, no me parecería mal todo esto… ¿No decía Baudelaire que sólo mediante el placer o mediante el trabajo podemos combatir el spleen, el aplastamiento a que nos somete el tiempo?
Don Hugo: Sí, y también dijo aquello de que el verdadero héroe no se divierte con el rebaño, sino en soledad.
Don Víctor: Algo de triste hay en ello, como vio Bécquer…
Don Hugo: Calle, calle, que me lo sé de memoria: «El no ser calavera, qué triste, pero qué cómodo es».
Don Víctor: A mí la ciudad, cuando cae la noche, se me antoja muerta, abandonada, un cementerio visitado por gamberros espectrales… Así es que, don Hugo, yo me vuelvo a casa, que ya se hace la hora de la cena y estoy relamiéndome con la perspectiva de una buena sopa humeante, una buena lectura después y la copita de Calvados en la mano…
Don Hugo: ¡Está usted hecho todo un héroe, don Víctor! ¡Viva la épica!

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