
Don Hugo: Y, dígame, don Víctor, este doctor Jiménez Díaz, con ser tan importante, ¿tendría mucho repertorio?
Don Víctor: Lo que sí me han dicho es que tenía un ojo clínico proverbial.
Don Hugo: No, si yo me refería a esos chascarrillos médicos que se cuentan en las familias.
Don Víctor: Ah, ¡es verdad!… Mi cuñado Adolfo…
Don Hugo: ¡El dermatólogo!
Don Víctor: … siempre nos ha resuelto las cenas de Nochebuena contando esas anécdotas… como cuando un paciente le quiso halagar llamándole «el mayor sifilítico de España».
Don Hugo: Pues es verdad. Mi hermano Luis cuenta de una paciente que afirmaba de su marido que era un «semental», vamos que lloraba por cualquier cosa.
Don Víctor: Y aquella otra que decía que el suyo era muy «sanguinario» ¡y que por eso se le veía siempre congestionado!
Don Hugo: Los hay que, cuando se les pregunta por la medicación que llevan, como no recuerdan los nombres…
Don Víctor: ¡Normal, don Hugo, es que vaya nombrecitos!
Don Hugo: … describen como pueden: que si «como unas peladillas blancas», que si «una cajica planchúa«…
Don Víctor: ¡Y aquél que dijo que aquellas «balicas blancas» le iban muy bien para su dolencia, pero que, sin embargo, le producían mucho ardor de estómago!
Don Hugo: ¡Ah, claro, esas «balicas blancas» eran supositorios y los ingería por la boca!
Don Víctor: ¡ Y cuántos doctores Torrino no habrá en el mundo! Es la familia, italiana seguramente, que más eminencias habrá dado a la especialidad. Como mínimo hay uno en cada hospital que se precie.
Don Hugo: ¡Los Stradivarius de la otorrinolaringología!
Don Víctor: Lo ha dicho usted, don Hugo: más largo que la meada de aquel pobre niño… La tenían que medir sus padres y ni subiéndole a la mesa de la cocina, ni llamando al pariente más alto que tenían, pudieron lograrlo con la regla. La orina siempre iba más deprisa.
Don Hugo: La última que ha contado Luis es la de una señora que preguntó en recepción por su cita con un doctor cuyo nombre no recordaba, pero que «era dermatólogo o turco».
Don Víctor: ¡Y que todo esto sea verdad!