
Don Hugo: ¡Don Víctor, don Víctor, déme usted albricias, que ya tengo la pieza que nos faltaba! Aquí tiene la calavera que nos ha prestado nuestro buen amigo, el doctor Planes-Bellmunt.
Don Víctor: Vamos a juntarla con las otras tres: la frasca del siglo XVII que compré en Portobello Road, la réplica del stamnos con el episodio de Ulises y las sirenas… ¡Tenga cuidado, don Hugo, que es regalo de boda!… y la daga toledana del siglo XVI, que es lo más valioso de la colección.
Don Hugo: ¿Me podrá adelantar ya algo de lo que nos piensa contar?
Don Víctor: Empecemos por el ánfora griega. ¡Déjela allí encima del piano con mucho cuidado, por favor! ¿Quién como Ulises, tan prudente como astuto, mostró alguna vez tamaña sangre fría? Estoy convencido de que Hipócrates y Galeno pensarían en él antes que en cualquier otro para el temperamento flemático.
Don Hugo: Muy cierto; ahora bien, he de decirle que el temperamento es algo innato e inmodificable. Entonces, ¿cómo es que Ulises siempre dio pruebas de iniciativa y arrojo? Pues, porque su carácter, que es fruto de la educación y sujeto a la voluntad soberana, reencauzó su personalidad hacia la acción, como era necesario.
Don Víctor: Eso está muy bien. Pasemos ahora a la daga. La daga es…
Don Hugo: ¡Bruto!
Don Víctor: ¡Anacrónica! Había pensado en Otelo.
Don Hugo: ¡Temperamento colérico! No en vano esa vesania arruinó su vida colmada de poder, gloria y amor.
Don Víctor: Si hubiera sido como Ulises, que no se encalabrinaba por nada, ni el mismísimo Yago, con todas sus mañas, le perdiera.
Don Hugo: Lo siguiente resulta evidente. Seguimos con Shakespeare, supongo…
Don Víctor: Inteligencia paralizada por la duda, inacción, tribulación y muerte: Hamlet, el melancólico.
Don Hugo: El personaje más complejo de la literatura universal: más que un Edipo, es un «Electro» pues ha de vengar al padre en la madre; es destructivo para todos, ¡pobre Ofelia!, y para sí mismo. Es la encarnación del pesimismo: ¿y si la vida futura fuera peor aún que ésta?
Don Víctor: Se las sabe usted todas, don Hugo. Estoy viendo que mi conferencia es innecesaria.
Don Hugo: A estas alturas debo adivinar que esa frasca es símbolo del temperamento sanguíneo y cuadra mejor que ningún otro sitio en una tela de Jordaens. ¡Qué opulencia sobre los manteles, qué ricos caldos, qué caras rubicundas tan congestionadas por el vino y el fuego del hogar! ¡Qué carcajadas, qué carantoñas torpes, qué algazara!
Don Víctor: Está usted a punto de desbancar a mi candidato. Yo había pensado en Sir John Falstaff. ¿Se acuerda usted, don Hugo, de cómo empieza la ópera de Verdi?
Don Hugo y don Víctor: Un´altra bottiglia di Xerès!