
Don Hugo: Mire, don Víctor, desde aquí se ve mucho mejor.
Don Víctor: Ahora es difícil imaginarse lo que sentirían los palermitanos cuando entró el Emperador que venía victorioso de Túnez.
Don Hugo: Geoestratégicamente, Sicilia era como una torre albarrana adelantada contra el frente enemigo norteafricano; mientras que, por tierra, el Turco estaba ya al acecho de Viena.
Don Víctor: Y en cuanto a las costas italianas del Adriático, puesto que ni el Papa ni los duques de Urbino ni de Ferrara las protegían debidamente, más que muralla, eran playas de desembarco.
Don Hugo: Por lo menos estaban los venecianos que hacían lo que podían…
Don Víctor: Quite, don Hugo, quite, que era Nápoles quien, cada verano, cerraba el paso a la escuadra de la Sublime Puerta.
Don Hugo: La situación era apocalíptica: en 1522 se pierde Rodas; en 1526, Hungría…
Don Víctor: Gracias al amigo Francisco I que se alió con el Turco.
Don Hugo: … y enseguida llega el primer sitio de Viena; en 1566, si no es por los españoles, también hubiera caído Malta; en cambio, en 1570, nos quitan Chipre.
Don Víctor: Ya ni Otelo supo defenderla. Menos mal que al año siguiente ganamos en Lepanto, que si no…
Don Hugo: Calle, calle, don Víctor, que en el siglo XVII las cosas no pintan mejor. En 1669 cae Creta y todavía, en 1683, vuelven a poner cerco a Viena.
Don Víctor: Durante doscientos años estuvimos todos al borde del desastre. ¿No piensa usted, don Hugo, que alguna vez Europa debiera reconocer lo que hizo España?
Don Hugo: Tiene razón nuestro amigo Chiavegato: «L´Italia avrebbe potuto diventare turca!»