El cogote de El Bosco

Don Hugo: Por estos andurriales pintados a principios del siglo XVI, uno se creería en pleno surrealismo de los años treinta. ¡Qué visión de futuro!… ¿no es cierto, don Víctor?

Don Víctor: Me parece más bien que fue ese futuro al que usted alude, Dalí a veces, el que miró hacia atrás…

Don Hugo: Claro, y como el Bosco miraba hacia adelante, sus miradas se cruzaron.

Don Víctor: No fue así porque Dalí le vio el cogote al Bosco.

Don Hugo: ¿Maleducado, don Jerónimo?

Don Víctor: No, en absoluto, más bien distraído, apegado al mundo medieval que se le estaba yendo… paisajes prolijos y fantásticos…

Don Hugo: … preñados de visiones premonitorias, trufados de símbolos cabalísticos y trascendentes…

Don Víctor: … y con sus seres humanos todavía encanijados, abrumados por lo que no comprenden.

Don Hugo: Tiene usted razón, don Víctor, es como un delirio opiáceo regresivo ontogenética y filogenéticamente remitiendo a estadios primitivos de inconsciencia mágico-animista que despierta en todo espectador a ese infante dormido que nunca nos abandona.

Don Víctor: Todo eso está muy bien, don Hugo, pero ¿se atrevería usted hacia 1505 a presentar estas cosas a Giovanni Bellini o a Giorgione como si tuvieran la misma categoría que sus obras?

Don Hugo: Se lo concedo, don Víctor; no busquemos en el Bosco el verdadero atrevimiento que entonces supuso afrontar la construcción matemática de un espacio tridimensional infinito, la puesta en pie de la figura humana, de gran tamaño, con su fisionomía, sus dimensiones y su movimiento, como medida de todo.

Don Víctor: Claro, don Hugo, ya no era cuestión de acunar al niño contándole cuentos, sino de despertar al adulto para que conquistara el mundo.

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