
Don Hugo: Mire, don Víctor, he hecho para usted este mural en una cartulina como hacían mis hijos en el colegio…
Don Víctor: Pintura… ¡qué bien! El primero es bien fácil: «El Nuevo Mundo», ese fresco de Tiepolo que está ahora en Ca´ Rezzonico de Venecia.
Don Hugo: Observe cómo todos los personajes dan la espalda al espectador, ocultándole además el espectáculo que contemplan.
Don Víctor: Ya veo, pero este otro gordo de espaldas no es de Tiepolo; aunque parece contemporáneo suyo, se me antoja más bien un Botero.
Don Hugo: Pues es de Juan Bauzil, que retrató a Carlos IV de espaldas.
Don Víctor: Éste sí que es fácil, don Hugo… de la Tauromaquia de Goya: «La muerte del alcalde de Torrejón».
Don Hugo: Fíjese cómo ha quedado completamente vacío el tendido en la parte izquierda de la escena.
Don Víctor: Por lo que veo, el siguiente también va de vacíos; tal vez el más opresivo y estremecedor de todos: el «Marat» de David.
Don Hugo: Y dígame ahora, don Víctor, qué tienen en común estas espaldas y estos vacíos?
Don Víctor: Estoy viendo por dónde va usted, don Hugo, y nunca me había parado a pensarlo, pero ahora caigo en que este desasosiego ante lo oculto y lo desconocido entra en la pintura con el Siglo de las Luces.
Don Hugo: El barroco alumbró la ciencia moderna y luego vino la emancipación de la Razón, que iba a poder con todo.
Don Víctor: «Dio al través con sus navíos», que diría Hernán Cortés. Ya no nos ha quedado vuelta atrás.
Don Hugo: Qué escalofrío entonces cuando la realidad por conocer se mostró más esquiva e inaprensible, y cuando lo ignorado resultó muchísimo más vasto de lo que se pensaba.
Don Víctor: Entonces vimos un vacío que era la espalda de Dios.
Don Hugo: Ahí quería yo llegar: ¿qué habrá más allá de esa nada que aplasta el cadáver del pobre Marat en su bañera?