
Don Víctor: Dígame, don Hugo, con la mano en el corazón, ¿usted cree que un paisaje como éste, que parece sacado de la escuela de Vallecas, pueda generar tantos malvados?
Don Hugo: ¡Pero si aquí apenas hay nadie!
Don Víctor: Yo creía que de lugares así surgen todos los Yagos, los Ricardos III, los Comendadores a lo Fuenteovejuna, los Tartufos, los Doctores No, los Emperadores Palpatines y todos los Bárcenas que en el mundo han sido.
Don Hugo: Pare usted, don Víctor… ¿No estará sufriendo usted una cierta confusión crepuscular?
Don Víctor: Por la hora podría ser y creo que deberíamos apresurar el paso, que las noches aquí son muy frías… pero no me refería a eso… ¿No ha notado usted últimamente que estos labradores, habitantes de tierras inhóspitas y rugosas, explotados desde la noche de los tiempos, desterrados de la ciudad y sus novedades, ridiculizados por poco avisados y por rústicos, ahora son además los malvados de todo tema de ficción?
Don Hugo: Pero, don Víctor, si ya nunca sale el campo…
Don Víctor: ¡Villanos!… ¿No los llaman así ahora?
Don Hugo: ¡Acabáramos! El «villain» de los anglosajones…
Don Víctor: Usted lo ha dicho, don Hugo. Parlare a stortimento y mal copiar.