Nunca, nunca volverá

Don Víctor y don Hugo (cantando): “Las penas, ¡ah!, muy lejos están, / Pero el encanto de aquel momento / En que os jurasteis amor eterno / Nunca, nunca volverá”

Don Víctor: Esto es casi como lo que dijo mi primo José Antonio cuando, al acabar el banquete nupcial y retirándose ya con su flamante esposa a la suite del María Cristina, se dio media vuelta y, casi llorando, nos espetó: “¡Qué bonito ha sido todo!… Nunca, nunca volverá un momento así…”

Don Hugo: ¡Atiza, si estoy por aplaudir! Por lo que sé de su primo, condensó en ese sentimiento toda su capacidad sensitiva.

Don Víctor: Debieron de inspirarle los dioses… pero ¿qué tienen esos momentos climáticos que en sí mismos llevan ya la nostalgia de la pérdida?

Don Hugo: Me viene a la memoria ese psicólogo holandés…

Don Víctor: ¿Quién, don Hugo, el psicólogo capicúa?

Don Hugo: No, Staats, ese conductista radical, no… otro, otro… cuyo nombre se me escapa ahora… Bueno, afirma que eso del “llorar de alegría” es una falsedad. Sólo podemos llorar por tristeza; lo que ocurre es que en ciertos momentos de felicidad, inevitablemente evocamos el pasado acerbo o las penas por venir, y eso es lo que genera nuestras lágrimas, en un claro ejemplo de relación estímulo – respuesta.

Don Víctor: A lo mejor mi primo estaría de acuerdo… En todo caso, se trata de esos momentos de eternidad, como por ejemplo -¿recuerda usted?- lo que nos dijo Fava de que la risa nos hace eternos, si bien, paradójicamente, se trate de una eternidad efímera, que hay que renovar periódicamente.

Don Hugo: Otro tanto ocurre con el triunfo de un torero. Durante la lidia, nos extrae a los mortales de las coordenadas espacio-temporales y nos traslada a un mundo mítico. Durante su triunfo, se convierte en familiar de los dioses.

Don Víctor: Es el regalo que nos hace todo buen arte, ya sea pintura, ya sea escultura, ya sea música, ya sea poesía.

Don Hugo: Ahora bien, reconózcame usted, don Víctor, que una vez más haya que citar a Freud…  Como todo es reductible a la líbido, todo comportamiento artístico no puede ser más que sublimación del orgasmo y por ello, tras de él, pero incluso quizás ya dentro de él, en germen, se agazapa, acechante, la melancolía. Post coitum homo tristis est.

Don Víctor: Pero, aunque Freud lo recoja, ¿no se trata de un aforismo de Galeno?

Don Hugo: Ni de Galeno ni de Aristóteles, como afirman algunos, sino, como mucho, de Constantino el Africano. Don Víctor: ¡Ah!                                                                                                                     

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