
Don Víctor: Y lo primerito que hizo mi primo Andrés, nada más aterrizar en Barajas, fue ir a visitar a Carabanchel a su otro primo Braulio, preso en aquel año, mil novecientos setenta y siete… ¡por fascista!
Don Hugo: ¿Por qué fue su encarcelamiento?… ¿Era por aquello de que fabricaba armas clandestinamente?
Don Víctor: Sí, eso era, pero fíjese que el otro venía del exilio después de cuarenta años en México.
Don Hugo: ¡Ah, ya caigo! Andrés era ese primo suyo tan gordito al que llamaban en su familia “Baúles”.
Don Víctor: Sí, ¡el comunista! Fue un milagro que no llegaran a matarse el uno al otro en el frente de la Casa de Campo y… ya ve usted… ¡como dos niños!… Al reencontrarse, qué efusiones de cariño, qué risas, cuántos abrazos no se hubieran dado de no ser por las rejas del presidio.
Don Hugo: Ante estas cosas…
Don Víctor: Si ya sé lo que me va usted a decir, don Hugo… lo que yo mismo le pregunté luego a Baúles cuando cenamos juntos al día siguiente: que ¿para qué tanta guerra si a la postre os queréis tanto?
Don Hugo: Y dígame usted, don Víctor: ¿hacían buenas migas los dos primos en su niñez?
Don Víctor: ¡Eran uña y carne!… hasta que los dividió la dichosa política…
Don Hugo: Mire esos chavales, don Víctor… cómo disfrutan juntos, qué bien se llevan y todo porque todavía no obedecen a ninguna ideología…
Don Víctor: Pues sí, don Hugo, como fue en el Edén y como será en la vida futura.