
Don Víctor: No dejo de sentirme, don Hugo, como uno de esos muñequitos que ponen en las maquetas de las nuevas promociones inmobiliarias.
Don Hugo: Es verdad… ¡aquí todo es tan grande!
Don Víctor: ¿Pero no le parece que este río tan canalizado y tan regulado es un estanque con forma de río?
Don Hugo: Hombre, ya sabe usted, don Víctor, que este Manzanares no da para mucho…
Don Víctor: Este camino tan perfecto, estas pasarelas modernas y caprichosas… no sé… se me antoja una de esas nuevas ciudades improvisadas en los Emiratos Árabes…
Don Hugo: Para mí, que lo mejor son estas plantaciones: verde en lugar de la autopista de circunvalación.
Don Víctor: No se lo niego, no se lo niego… pero ¿estos pinitos?… ¿Qué pintan aquí en la ribera del supuesto río?
Don Hugo: Lleva usted razón, don Víctor, el pino ni refresca ni da sombra ni atrae a los pajaritos… pero los ingenieros determinaron que como es un árbol que crece bien entre los peñascos y aquí abajo hay hormigón, eran los más indicados.
Don Víctor: Pues qué quiere que le diga, don Hugo… Para mí no deja de ser un disparate. ¿Por qué no consultaron previamente con un paisajista si se trataba de recrear un paisaje natural?
Don Hugo: ¿Pues por qué ha de ser, don Víctor? Por la soberbia humana… Yo hago lo mío que es una proeza técnica y, luego, quien tenga que adornarlo, que se apañe, que no será tan difícil.
Don Víctor: Los hombres somos capaces de transformar el mundo, sí, pero la perfección no es lo nuestro.