
Don Hugo: Muy bonito, todo precioso, pero ¿no le cargaba a usted un poco ese último acto con esa sucesión inacabable de distintos personajes de cuento presentándose uno tras otro?
Don Víctor: Tiene usted razón, don Hugo, casi me estaba volviendo yo más durmiente que la Bella Durmiente.
Don Hugo: Yo me he sorprendido cavilando otras cosas, ajeno a ese Shrek avant la lettre y a las evoluciones del Gato con Botas.
Don Víctor: Cuente, cuente… que lo veo venir.
Don Hugo: Pensaba yo, don Víctor, si hay algo más francés que el Gato con Botas…
Don Víctor: Pues, hombre, tanto como las mismísimas fábulas de La Fontaine.
Don Hugo: A eso voy, que seguro que el público ruso recibió al personaje de Perrault con gran alborozo.
Don Víctor: Claro, porque lo reconocía como propio. Y los de los palcos, lo habían leído todos de niños ¡y en francés!
Don Hugo: Entonces, ¿a qué viene esta martingala que de vez en cuando nos endosan, y ahora quizás más que nunca, de que los rusos son más asiáticos que europeos?
Don Víctor: Es verdad… se les quiere atribuir el papel, entre temible y grotesco, del bárbaro oriental, que tan bien desempeñaron, antes que ellos, turcos y persas.
Don Hugo: ¡Lástima que las señoras se hayan vuelto tan frioleras!
Don Víctor: Siempre lo fueron… pero, dígame, don Hugo, qué tiene que ver eso con Tchaikovski?
Don Hugo: Pues que veo que me voy a quedar con la espinita de no conocer en directo las perspectivas barrocas, ¡tan romanas!, de San Petersburgo