
Don Hugo: Los planos son de una belleza cautivadora.
Don Víctor: Y hay algunos movimientos de cámara que le cortan a uno el hipo.
Don Hugo: Uno comprende entonces cómo se fue poniendo en pie el discurso cinematográfico tras el que iban todos los demás. Eso es innegable, pero…
Don Víctor: Como buen precursor, Eisenstein es siempre épico. Todo lo que trata lo hace grande.
Don Hugo: Sí, sí, ¿cómo negarlo?, pero… ¿no le parece a usted, don Víctor, que su mensaje político-social no está a la altura ni del tratamiento cinematográfico ni de la talla de genio que se le atribuye y que, por otra parte, le corresponde?
Don Víctor: Claro, don Hugo, pero me habla usted de algo extra-artístico, ¡de política!
Don Hugo: ¡Pero es que el cine de Eisenstein es siempre político! Y sus argumentos no pasan de ser consignas elementales, zafias, maniqueas y reduccionistas.
Don Víctor: Es verdad que Kerenski, por poner un ejemplo, es caricaturizado al extremo. ¡Si es más pelele que el pelele de Goya!
Don Hugo: A cualquier persona con dos dedos de frente y con un mínimo espíritu crítico, estos planteamientos resultan insultantes.
Don Víctor: Usted lo ha dicho, don Hugo. El arte suele ser mitad producto del artista y mitad, mal que nos pese, producto de quien lo encarga y estas películas estaban destinadas a las masas populares rusas, y no le digo lo que eran las masas populares rusas que acababan de salir de la servidumbre y de la guerra…
Don Hugo: Será eso, don Víctor, pero… entonces, ¿Eisenstein me tiene que gustar o no me tiene que gustar?