
Don Víctor: Desde luego aquellos jovencitos no se paraban a pensar demasiado.
Don Hugo: Al contrario, don Víctor, lo suyo es pura impaciencia, un manotazo sobre la mesa ¡y ya está!
Don Víctor: Todo queda desplegado al primer golpe de vista: inútil buscar más allá.
Don Hugo: ¿Que el cuadro es plano? ¡Pues pinto plano!… Zonas de color planas, yuxtapuestas de manera que contrasten y unos esbozos de lo más somero para darnos idea de dónde estamos.
Don Víctor: El caso es que uno se planta delante de un cuadro de Dufy y, como por ensalmo, siente la brisa mediterránea en una ciudad de la Costa Azul, muy Belle Époque.
Don Hugo: Todo es de repente y sin saber cómo, igual que el teatro de entonces: ¿quién aguantaba ya las reflexiones de las obras de tesis? ¡A las variedades! Números rápidos que se suceden dejándonos sin aliento: la cupletista, el lanzador de puñales, el mimo, el imitador, los contorsionistas, el mago, el caricato…
Don Víctor: ¡Habían descubierto la prisa! Los bárbaros fauvistas batían el récord de la velocidad: tres colores, veinte brochazos y ¡hale, por el siguiente cuadro!
Don Hugo: Se ve que iban baratos y no daban mucho margen.
Don Víctor: ¿Y no le parece a usted, don Hugo, que el padre de todos ellos, Matisse, era todo lo contrario? ¿No tituló uno de sus cuadros con aquello de Baudelaire, «luxe, calme et volupté»?