No eran cantos de sirena

Don Víctor: Pero, don Hugo, ¿usted melancólico?

Don Hugo: No sé lo quería decir, don Víctor, pero de un tiempo a esta parte, y cada vez con más frecuencia, siento una opresión sobre el estómago y una emoción que me pone al borde de las lágrimas…

Don Víctor: ¿Le ocurre, quizás, después de contar recuerdos de su infancia o de ver viejas fotografías?

Don Hugo: No cabe la menor duda de que se trata una somatización como respuesta psico-orgánica ante estímulos de tipo afectivo muy intensos.

Don Víctor: Tal vez, don Hugo, le ocurra como a mí, que cuando intento clasificar viejas postales, escritas por seres queridos que ya murieron, me toma un desasosiego que me hace abandonar una tarea que, por otra parte, nunca acabaré.

Don Hugo: Más que de palabra escrita, yo hablaría de la palabra viva, los sentidos acentos que vibran en el aire.

Don Víctor: ¿No habrá empezado usted a oír voces, don Hugo?

Don Hugo: Don Víctor, eso no he dejado de hacerlo en toda mi vida. ¿Se acuerda de lo que disfrutamos el jueves pasado, escuchando aquellas Arie Antiche?… Pues cuando usted se marchó, me quedé tan derrotado que esa noche no puede ni cenar.

Don Víctor: Es lo que usted llamaría «depresión post-Kraus».

Don Hugo: Alfredo Kraus, en efecto, aunque no sea el único… ¡Qué a salvo nos creíamos, acompañándole en sus anhelos insensatos, en sus estallidos despechados, en sus amores sin esperanza, en la ironía trágica de sus idilios, incluso en sus suicidios de interminable agonía!… Y después, ¡a cenar opíparamente, a comentar la función y a dormir tranquilamente cada uno en su casa!

Don Víctor: Para eso sirve la ópera: nos permite llorar por lo que no nos ocurre…

Don Hugo: ¡Afectos vicarios!

Don Víctor: … emprender aventuras sin correr riesgos…

Don Hugo: ¡Omnipotencia de las ideas!

Don Víctor: … fracasar estrepitosamente sin pagar los platos rotos…

Don Hugo: ¡Proyección pura!

Don Víctor: Fíjese usted, don Hugo, en cómo el mismo Kraus alababa la melancolía contenida en el canto de Pertile, cuyos discos oía en casa, de niño. Y nosotros, que nos creíamos tan listos como Ulises, hemos recibido una y otra vez en el corazón los mismos dardos de muerte.

Don Hugo: Y ya no podemos librarnos… ¡El Thanatos freudiano!

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