
Don Víctor: Según usted, don Hugo, ¿a qué se debe que el arte actual emita los mensajes del discurso esquizofrénico?
Don Hugo: ¿Se refiere usted, don Víctor, a cómo quedan alteradas las relaciones causales y lógicas, con una clara tendencia a la megalomanía paranoide?
Don Víctor: Sí, como las cosas que escuchamos en «Ubu Rey» o en Ionesco y las que intentamos ver en las alucinaciones desoxirribonucleizadas de don Salvador.
Don Hugo: ¿O quizás aluda usted a esa desconexión entre los referentes del artista y los del espectador?
Don Víctor: Naturalmente, como se da en la poesía más hermética de Rimbaud o en esos balbuceos del expresionismo abstracto, por muy lacerantes que parezcan a veces.
Don Hugo: ¿A lo mejor ha reparado usted también en la característica tangencialidad de las respuestas, propia del esquizofrénico?
Don Víctor: Me pasa cada vez que busco el título de un cuadro que no sé qué representa.
Don Hugo: ¿Y no será lo de la ruptura de la sintaxis?
Don Víctor: Me podría remontar a aquel poema de Víctor Hugo donde reivindica la guerra a la retórica, pero predica la paz para con la sintaxis… cómo le desafiaron los cubistas cuando rompieron el espacio…
Don Hugo: ¿Pensaba usted también en la regresión psicológica evolutiva?
Don Víctor: Con esa infantilización casa el primitivismo de Gauguin y lo que vino luego.
Don Hugo: Considere usted, don Víctor, que el esquizofrénico llega a abolir hasta la misma semántica.
Don Víctor: Me está usted hablando de Dada.
Don Hugo: Repare usted también en la despersonalización del artista y de la obra de arte, con su falta de dominio voluntario de la realidad.
Don Víctor: Sí, la escritura automática y el frottage de Max Ernst donde todo se fía al azar.
Don Hugo: En definitiva, la esquizofrenia sería aquel estado en que permanentemente lo onírico suplanta a la vigilia.
Don Víctor: Me está sonando lo mismo a Novalis y Nerval que a Chagall y de Chirico.
Don Hugo: Tiene usted razón, don Víctor, y es que el arte contemporáneo, fascinado por la locura, se aproxima tan peligrosamente al borde de ese abismo que el público, receloso, le vuelve la espalda.
Don Víctor: ¡Quién fuera el cirujano que, como en la tabla de El Bosco, fuera capaz de extraer de la cabeza del artista la piedra de la locura!