El sueño de Venecia

Don Víctor: ¡Qué pesadilla, don Hugo!… Si aún estoy desazonado…

Don Hugo: Cuente, cuente, que seguro que tiene miga, como todos los sueños.

Don Víctor: Primero era la angustia de ver un cormorán pringado de petróleo chapoteando y debatiéndose por alzar el vuelo, sin lograrlo.

Don Hugo: Sí, de momento está claro, si me permite la paradoja: algún conflicto irresuelto y anclado en lo más negro y amenazante de su inconsciente le está impidiendo remontarse en el cielo claro de su vitalidad creativa.

Don Víctor: Me acercaba y resultaba estar acompañado de nuestras señoras y de usted. Todo oscilaba porque íbamos en una negra góndola.

Don Hugo: Qué duda cabe: es la barca de Aqueronte surcando las aguas infernales del inconsciente aún indómito. En cuanto a nuestra presencia, somos encarnaciones de sus conflictos más íntimos; de ahí que escoja usted a sus seres más próximos. Yo, personalmente, le agradezco su deferencia y cariño.

Don Víctor: Sí, pero yo no decidí nada. Me vino así en el sueño.

Don Hugo: Pues eso, don Víctor: su inconsciente indómito le tiraniza y le dicta los contenidos oníricos.

Don Víctor: Luego todo se llenaba de luz; el mar espejeaba al sol y al fondo vimos el perfil de Venecia, refulgente, como desmaterializado.

Don Hugo: Respiro por usted, don Víctor. El sueño se resuelve bien. Al final ese inconsciente negro, infernal, amenazador, se trueca en luz; ello prueba, sin apelación, que concluye usted por integrarlo y domesticarlo en una perspectiva supra-real y racional que, lejos de reprimirlo con la consiguiente ansiedad, lo integra creando así el hombre nuevo,  lumínico, plenamente dueño de su psique y por tanto amo de su destino.

Don Víctor: Sí, sí… al final de todo nos quedamos los cuatro y los dos gondoleros admirando cómo el cormorán lograba volar y se alejaba hasta que lo perdíamos de vista definitivamente.

Don Hugo: Ya está: el ave es el anima junguiana triunfante al fin y pletórica de vida en el firmamento azul.

Don Víctor: Yo pensé en aquella marea tenebrista del caravaggismo que embetunó la pintura de principios del siglo XVII y de la que fueron limpiándose poco a poco los mejores pintores del Barroco, volviendo a los colores claros, a las formas deshechas, a las escenas luminosas…

Don Hugo: Rubens, Velázquez, Ribera… Si al final lo ha clavado usted, don Víctor. ¡Justo lo que iba yo a decir!

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